domingo, 15 de enero de 2017

COLUMNAS Gaby "Revista VEME"

Columna N°1 para Revista VEME- Gaby
Saldando deudas

Las canciones que escuchamos en la infancia tienen la virtud de arraigarse en nuestra memoria como pocas melodías que conocemos de grandes. Aquellas que nuestra madre nos cantaba para dormir, las que nuestras primeras maestras nos enseñaron, las publicidades que tantas veces acompañaron como música de fondo nuestros juegos infantiles o los que interrumpían los encuentros deportivos que disfrutábamos con nuestros padres o abuelos por radio. Aquellos versos entrelazados en melodías pegadizas quedan en nuestra memoria auditiva como gratos recuerdos de la etapa más feliz de nuestra vida; esa en la que el dinero, la política y los desengaños aún no forman parte de nuestros problemas.
Es por ello que la incorporación del tango y el folklore es necesaria en los medios masivos de comunicación. ¿Cómo hace un niño para considerar propio un ritmo que desconoce?, ¿cómo puede identificarse con canciones que escucha eventualmente?. Por fortuna muchos jóvenes se suman a la música nacional a través de la danza o la ejecución de un instrumento, pero hace falta que esos celebrados casos dejen de ser la excepción para convertirse en la regla. 
Debido a la carencia de la difusión de nuestra música en los medios masivos, sólo nos queda esperar que esta aprehensión se realice a través de la educación, sumando así una más a las tantas carencias que como sociedad creemos que debe suplir la escuela. Como padres tenemos el deber de formar buenas personas, dejar a los docentes su rol histórico y, desde nuestro humilde lugar, saldar aquellas deudas que desde el Estado, lamentablemente, se dejan libradas al azar.
Desde hace cuatro años y gratuitamente, dentro del Ciclo Bahía Blanca NO Olvida, visitamos jardines y escuelas llevando un espectáculo de música ciudadana, con su historia y sus características principales. Quizás alguno de esos niños recuerde en unos años que bailó (rudimentariamente) y cantó conmigo una milonga de Manzi y Charlo, que vio a las ardillitas de “La era de Hielo” danzar un tango o disfrutó del concurso de baile que Largirucho y Cachavacha disputaron con Hijitus y la vecinita de enfrente.

Columna N°2 para Revista VEME- Gaby
Malas noticias para las noticias

El día del Bicentenario de nuestra Independencia recibimos en la ciudad el primer ejemplar del “periódico” La Nueva: una edición prolija, colorida, con múltiples secciones y numerosas páginas que se agotó para el mediodía en numerosos kioscos. 
Semanas antes, al recibir la noticia de que el histórico diario La Nueva, después de 118 años en las calles de Bahía Blanca, se convertiría en una edición de tres ejemplares semanales sentí una extraña conjunción de tristeza y bronca. Tristeza originada en principio por el despido de decenas de  trabajadores –muchos de los cuales conozco por mi actividad artística y, además, valoro-, y luego por la pérdida que, como institución, representa para los bahienses. Más allá de su línea editorial, con la que muchos estarán de acuerdo y otros no, La Nueva Provincia fue durante todo el siglo XX y hasta nuestros días uno de los diarios más importantes del país; sus letras de molde se leían en todos los despachos políticos (incluyendo el de Balcarce 50), en las más relevantes mesas económicas de discusión, gracias a él gran parte de nuestra cultura local y acciones sociales llegaban a todo el país y, además, con su registro diario del acontecer bahiense tuvimos registro de gran parte de la historia de Bahía Blanca. 
Y esa tristeza vino acompañada de bronca e impotencia porque creo que podría haberse evitado si se reaccionaba antes frente a un declive evidente. Claro que esa no era tarea que a mí o a los vecinos de la ciudad nos correspondiera.
No es que no haya otras voces ni que por tener ahora un periódico seamos menos que antes; simplemente me parecía importante conservar uno de los diarios que junto a La Nación, La Prensa, La Capital de Rosario o La Gaceta de Tucumán se contaba entre los más antiguos diarios argentinos.
Tal vez sea una tristeza signada por mi espíritu tanguero, sin importancia para muchos, quizás el cambio sea una necesidad de los nuevos tiempos en que el papel es cada vez más prescindible y hasta traiga buenas consecuencias; tal vez me sigo negando a los cambios vertiginosos a los que nos arrastra la tecnología… o quizás, me niego a resignarme, como tantas veces debimos hacerlo, a una nueva pérdida. Situación que los argentinos estamos empezando a naturalizar, dejando pasar las cosas sin hacer nada, acostumbrándonos a las malas noticias como moneda corriente en nuestra vida.

Columna N°3 para Revista VEME- Gaby
Prejuicio, nos haces tanto mal

En mis más de quince años como cantante de tango frecuentando conversaciones del género nunca escuché hablar de Francisco Canaro sin que, junto a los elogios que le caben como protagonista de la historia del 2x4, se agregue algún comentario negativo. 
Tan presente está Pirincho en la “inconsciencia” popular que dichos añejos como “Tiene más plata que Canaro” o “De cuando Canaro ya tenía orquesta”, hasta comentarios asociados a la igualdad de género en la actualidad, impiden que su nombre caiga en el olvido.
Entonces, Usted se preguntará ¿por qué el título negativo de esta columna, si la realidad demuestra que no se ha olvidado a un grande de la música que, aún siendo uruguayo, los argentinos consideramos parte fundamental de nuestro patrimonio cultural?
La respuesta viene de la mano de una reflexión constructiva. En la consideración general de Canaro pesan más sus historias amorosas, su capacidad para generar dinero y los comentarios sin sustento histórico que todo lo que efectivamente Pirincho ha hecho por la cultura.
Hijo de italianos, Canaro nació en 1888; empezó desde muy abajo y, gracias a su talento unido al esfuerzo y la perseverancia, pudo llegar a realizar sus sueños. Vivió la extrema pobreza y llegó con 10 años a Buenos Aires donde vivió con sus padres y 9 hermanos hacinados en una sola pieza de conventillo. Trabajó como canillita, lustrabotas y aprendiz en una fábrica de latas de aceite donde se le ocurrió improvisar un violín, instrumento con el que soñaba, agregándole mango, clavijas y cuerdas. Aprendió el oficio de pintor y pudo comprar, por ocho pesos, un viejo violín.
Debutó con su trío en 1906 en Ranchos, provincia de Buenos Aires y, aunque a los 18 años se fue a vivir solo, visitaba a sus padres a diario y los hacía partícipes de sus ganancias hasta sustentar todos sus gastos.
Fue pionero en difundir el tango en Europa en los años ´20 y el ideólogo de vestir a los músicos de gaucho, ingeniosa manera de lograr protección en Europa como músico extranjero. Acompañó con su orquesta a Carlos Gardel y a Charlo, sumado a una exquisita lista de vocalistas y músicos que integraron su formación. Inició en Argentina la comedia musical en 1932 junto a Ivo Pelay con “La muchacha del circo”, el primero de muchos éxitos. Fue uno de los fundadores de SADAIC; él compró el terreno donde luego hizo levantar la sede de calle Lavalle. Compuso más de trescientos tangos, entre ellos: “Adiós pampa mía”, “Sentimiento gaucho”, “Madreselva”, etc.
Recién a sus 56 años, con la llegada del verdadero y definitivo amor alcanzaría la alegría de ser padre de Rafaela (en homenaje a su madre) y Argentina (por la patria elegida por sus padres para vivir). ¡¿Quién puede juzgarlo?! Yo lo aplaudo de pie.

Columna N°4 para Revista VEME- Gaby
Fidel Castro: Utopía y sueños rotos

El pasado 25 de noviembre recorrió el mundo la noticia del deceso de Fidel Castro, ex Presidente de Cuba y protagonista de la perdurable Revolución Cubana que marcó el inicio de tiempos agitados en la política internacional con repercusión en toda Latinoamérica. Muchas voces se escucharon en los medios lamentando la pérdida de un luchador, de un hacedor de utopías que parecían irrealizables, del defensor acérrimo de la causa socialista y el anticapitalismo. Mientras escuchaba esos testimonios llenos de tristeza, viajé mentalmente a mi paso por la isla en 2008 cuando, gracias a una invitación de la embajada Cubana en Bs. As. que me ofrecía participar del Festival de la Música de Varadero, pude conocer el único país que conservaba un estricto régimen socialista. Miré su televisión, leí su diario, pregunté mucho y escuché aún más.
Me admiré de la gentileza y la cultura de los cubanos, de su enorme talento musical, sus sabrosos tragos tropicales, sus bellos paisajes donde entre palmeras el mar cristalino y la arena blanca y pegajosa invitaban a anochecer en la playa. En La Habana recogí algunos testimonios halagadores hacia “el régimen” castrense, en el interior de Cuba en cambio, las palabras parecían ir apagando cada vez más la idea que tenía de un sistema igualitario.
La diferencia esencial entre la derecha y la izquierda en política radica en la defensa de los valores de igualdad y libertad: mientras la derecha prioriza la libertad permitiendo diferencias sociales a veces obscenas, la izquierda aspira a la igualdad entre los ciudadanos, lo que sin excepción conlleva a la negación de las libertades. En la plaza de “artesanos”, ante mi solicitud de rebaja precio por comprar varias cosas me respondieron que todos los productos pertenecían al Estado y ellos debían rendir exactamente el valor de la mercadería. Quise llenarme de trencitas el cabello -cosa que había visto lucir por muchas mujeres cubanas- y debí esconderme en una cochera a resguardo de los ojos de cualquier personal de seguridad porque los cubanos tienen prohibido trabajar directamente con el turista; (hasta en el hotel me impidieron entrar con la joven). Esa misma chica, que estaba con su hija menor, me confesó estar aguardando ansiosamente poder ingresarla pupila en el colegio donde estaba su hermana, del cual sólo se retiran los fines de semana porque no podía alimentarlas. Me contó que el peinado de trenzas era duradero y podía hacérselos los fines de semana para que estuvieran prolijas hasta el próximo encuentro. El pedido de pañales (ya que Galo, mi hijo, aún no tenía los 2 años), ropa o dinero en la calle fue algo de todos los días, pero lo que más nos impactó fueron las palabras del barman de la playa donde nos hospedábamos. El hombre tenía 65 años, trabajaba todo el día sirviendo tragos exquisitos a metros del agua y charlamos con él largamente. La breve semana que estuvimos allí coincidió con el día del padre. El hombre le obsequió a José un habano (cuidándose de no ser captado  por las cámaras de seguridad que los controlaban las 24 hs, además de los guardias que vaciaban las carteras o bolsos de los empleados al salir del hotel cada día) y mi esposo le obsequió una gorra por el día que se celebraba. Con una tristeza imposible de ocultar, respondió: “No soy padre… ¿para qué? No quisimos traer a este mundo a un hijo para que vida una vida como la nuestra donde ni sueños podemos tener”. 
Falleció Castro, un hombre que luchó por la alternativa y lo logró. Merece mi respeto, pero no concibo la defensa de una idea por la idea misma; la prohibición de pensar en el progreso, en el ascenso social, el pasar hambre, necesidades y saber que la rutina actual será la misma que se sufrirá toda la vida no puede llevar a buen puerto a ninguna sociedad.